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Tal vez, ya te has preguntado si la manera de verte a ti mismo como un ser independiente de tu entorno, con los límites del “tú” claramente definidos por donde termina tu cuerpo físico y tus pensamientos, es la correcta.
Tal vez perteneces a los escépticos, que están convencidos de que la interconectividad o interdependencia de las cuales hablan ya muchos centenarios textos filosóficos y religiosos no son más que constructos para los ingenuos.
Y si en vez de opinar del cómodo puesto por encima del asunto, nos sumergimos en él y analizamos la teoría de interdependencia basándonos en las propias experiencias y la lógica? Tal vez terminaremos el viaje con el efecto de ojos abiertos.
Seguramente, te puedes acordar de un día, en que estabas tumbado en la playa, el césped o la cama en un estado de puro gusto - totalmente relajado, sintiendo una tranquilizante falta de tensión en todos y cada uno de los músculos de tu cuerpo, con la mente igualmente relajada, libre de cualquier pensamiento de preocupación y con una suave sonrisa en la cara. Quizás era el primer día de las vacaciones con interminables días libres por delante, quizás eran los días de reunión con familia o amigos después de una temporada de trabajo duro lejos de casa o simplemente estabas relajadísimo con tu pareja o hijo tumbado encima. Fuese el momento que fuese, habrás sentido un alivio, la sensación de por fin poder respirar y dejar todo atrás, o simplemente una distensión a nivel tanto corporal, como mental. Acuérdate de todas las sensaciones que sentías en ese momento.
Tal vez era el calor del sol en la piel, una ligera brisa acariciándote, quizás el sonido de los pájaros, de las olas o una música tranquila. Tómate unos dos minutos intentando recordar tantos detalles como posible. Y ahora, después de una breve pausa, acuérdate también de las otras personas o seres en tu entorno en aquel momento – un amigo, un miembro de la familia, la pareja, el perro, los transeúntes pasando, los vecinos atendiendo a sus asuntos. Cómo eran? Estaban corriendo con prisas y estrés, o más bien estaban alegres, relajados, tranquilos? Dedícale un momento para analizarlos.
Ahora tómate un descanso y unos minutos más tarde, invoca al siguiente recuerdo. Pero ésta vez, acuérdate de un estado opuesto – de un estado de estrés, de una sensación bien desagradable pero que sea una situación sin tu involucración directa. No pienses por ejemplo como fallaste en una tarea de trabajo y sufrías tanto por propios sentimientos de culpabilidad, como por la desilusión o el enfado de los demás. Piensa en una situación desagradable, pero de la cual tú no tenías la culpa. Quizás cuando un percance pasó a un compañero de trabajo y el jefe le regañó delante de los demás compañeros. O en un día laboral de alta tensión, con tus compañeros estresados, subiendo sus voces o llorando. O tal vez en una situación en casa viendo tus padres discutiendo a gritos.
Igual como antes, acuérdate de las sensaciones que sentías en ese momento – la sensación de tu estómago cerrándose, el miedo o la compasión por otra persona, el deseo de poder salir de allí, una presión en la cabeza, un hormigeo en la piel, ganas de rascarse o de ir al baño. Ahora procede a analizar las personas de tu entorno en aquel momento. Sus voces, las expresiones de sus caras, sus movimientos, sus reacciones.
No es así, que teniendo a tu lado gente positiva, relajada y un entorno agradable, te sientes automáticamente mejor? Y no es así, que basta con entrar a un ambiente lleno de estrés y negatividad para que empieces a sentirte mal, incluso si no eres un participante activo de la situación? Posiblemente, has notado que en ambos casos las personas en tu alrededor y el ambiente que crean, influyen tu estado de ánimo y hasta el funcionamiento físico de tu cuerpo.
No somos seres aislados de nuestro entorno. Al contrario – solemos reaccionar emocionalmente a cualquier impulso, proviniendo tanto desde dentro, como desde fuera. Por ejemplo: El jefe te grita – sientes intimidación; la pareja te hace una sorpresa – sientes alegría; escuchas un ruido amenazante – sientes miedo. Pero es más: el jefe grita a tu compañero y tú sientes automáticamente tensión; una persona en una película sorprende a su pareja y tú sientes placer; te cuentan una historia escalofriante y tú sientes como se te cierra el estómago. Nuestra capacidad emocional es increíble y descontrolada es un poco como el gato de Schroedinger – buena y mala a la vez. Pero si aprendemos a darnos cuenta de nuestras reacciones y de vivirlas conscientemente, nuestras vidas se volverán más llenas y felices.
Todo vibra – lo dice tanto la teoría de cuerdas, como la filosofía del budismo – cada persona, cada pensamiento, cada emoción, cada movimiento vibran con su frecuencia y esas vibraciones nos saben influir rumbo buen o mal humor igual como una canción nos sabe poner tristes o alegres.
Algunas veces estamos más susceptibles a las influencias de nuestro entorno, otras veces menos, pero si observamos conscientemente nuestras reacciones, tanto físicas, como mentales, a la exposición a ciertos entornos, tendremos que admitir, que sí – sí, nos influyen. Por eso, la siguiente vez que te sentirás mal, en vez de “darle las vueltas” a la situación en tu cabeza en situ, cambia tu entorno – sal a dar un paseo en un parque tranquilo, a tomar unos respiros profundos en la terraza con tu mascota al lado, o a visitar una persona cariñosa y positiva. Y comprueba si estas acciones no te sacarán del agujero de estrés más efectivamente de lo que piensas.
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